COBERTURA INFORMATIVA
SOBRE PANDEMIAS (XLVI): MODELOS DE CONVIVENCIA CON LA COVID-19 (35) Publicado en Dominical Diario de Ferrol 14/03/2021
Carlos Piñeiro Diaz,
médico de familia. Magister en Salud Pública. Divulgador científico
La sociedad ha aprendido a convivir con la COVID-19, tras haber pasado un
período de confinamiento y haber adoptado diversas medidas como el uso de las
mascarillas, el distanciamiento físico y el lavado de manos, pero no parece
suficiente. Nuevos modelos de convivencia se han convertido en reto, incluso
limitándose derechos básicos con el objetivo social de controlar la enfermedad.
El año de la COVID-19 del 2020 y las restricciones.
Se cumple un año desde el inicio del
confinamiento de la pandemia COVID-19, pleno de contrastes e incertidumbres
ante un coronavirus desconocido como el SARS-CoV-2, por sus consecuencias sanitarias,
sociales y económicas, pero también de incremento de desigualdades, solidaridad
y equidad. Un año donde los sistemas de salud han superado sus costuras propias
ante exigencias extremas de una sanidad adaptada a un ecosistema de bonanza y
precariedad en investigación y recursos, donde los profesionales de la salud y
la población general se han visto totalmente superados, con respuestas políticas
inadecuadas a pesar del esfuerzo tecnológico realizado.
El año 2020 ha quedado
grabado en el inconsciente colectivo por causa de la pandemia drástica de los
últimos cien años. El impacto global de la COVID-19 ha sido profundo y la
amenaza para la salud pública que representa es la más grave ocasionada por un
virus respiratorio desde la pandemia de gripe H1N1 de 1918. Durante un año toda
la población ha vivido día a día información diferente entre países y
comunidades, con tasas distintas de letalidad del virus, desde el 0,2 al 7,8%,
según las poblaciones y los lugares donde ocurren los hechos fatídicos, con
impactantes imágenes de cadáveres trasladados en sus féretros a la puerta de
los hospitales, provocando una nueva infoxicación por sobrecarga informativa.
Se descubre la inexistencia de un Programa
Nacional de Prevención y control de Infecciones (PCI). Según la Organización
Mundial de la Salud para el funcionamiento de un programa de PCI es crucial
disponer de profesionales capacitados y con una dedicación específica en cada
establecimiento de atención de salud para pacientes agudos. El programa de PCI
nacional debe asegurar que se disponga de las infraestructuras y los
suministros necesarios para permitir la ejecución de las directrices en vigor,
la asignación de recursos humanos y económicos.
Es evidente que esto no ha ocurrido en nuestro país ni en las
Comunidades Autónomas, en su totalidad, y en otros países afectados, como en
Estados Unidos donde su presidente recomendaba utilizar bufandas para la
protección de la población.
La dificultad para suministrar mascarillas y
equipos de protección personal (EPP) ha sido la principal causa de infección de
muchos profesionales de la salud, tanto en hospitales como en centros de salud escaseaban
los dispositivos de protección individual para infecciones. Las estrategias de
reserva de máscaras han sido muy limitadas ante una posible pandemia. Una nueva
cultura de prevención de las infecciones transmisibles ha ocupado parte de la
vida cotidiana de la población, significando un curso exigente de aprendizaje a
lo largo de un año con el objetivo básico de sobrevivir. La clave para prevenir
la transmisión de infecciones a través de las manos (y otras superficies) es la
aplicación de procedimientos efectivos de higiene. La descontaminación de las
manos puede llevarse a cabo ya sea mediante el lavado de manos con jabón o
mediante el uso de desinfectantes para manos sin agua, que logran una reducción
logarítmica de la contaminación bacteriana y viral en las manos mediante la
eliminación de la contaminación o matando a los organismos in situ. El
impacto en la salud de la higiene de manos dentro de una comunidad determinada
puede incrementarse mediante el uso de productos y procedimientos, ya sea solos
o en secuencia, que maximicen la reducción logarítmica de bacterias y virus en
las manos. El ABC de la higiene ha vuelto a ser prioritario. Un lema universal
se ha consolidado: “Cualquier persona sin máscara te pone a ti y a tu familia
en riesgo”. Dada la disponibilidad actual de mascarillas, se recomendó la
máscara quirúrgica, que tiene una eficiencia de filtración por encima del 80%.
Una máscara no es un salvoconducto exclusivo para impedir la infección por
coronavirus COVID-19 y deben complementarse con las restantes medidas no
farmacológicas. Lo importante es ser consciente de que podemos ser portadores
sanos o levemente sintomáticos, evitando la propagación del virus que podríamos
transmitir sin saberlo.
Desde el inicio de la
pandemia del COVID-19, uno de los lugares con mayor riesgo y elevada mortalidad,
en todo el mundo, ha sido el interior de las residencias. Aparte de los
análisis de los políticos, es evidente que las personas mayores han sido las
víctimas de la infección ocasionada por el virus SARS-CoV-2, reconocida como
pandemia por la OMS el 11 de marzo de 2020. Otros países, como Francia, Italia,
Canadá, Estados Unidos, han sufrido la misma situación de alarma en las
residencias de mayores, bajo la sospecha de que existen más muertes, no
registradas como derivadas de la enfermedad vírica y con relatos dramáticos de
lo que ha ocurrido en el interior de las residencias.
Las restricciones derivadas del primer
confinamiento provocaron respuestas favorables para la población, las lecciones
aprendidas han sido importantes y todo se cifra ahora en la cobertura máxima de
las vacunaciones. El año 2020 ha quedado grabado en las mentes de la población con
millones de muertes y el atisbo de la enfermedad en cualquier momento, calles
vacías, niños y niñas en sus casas y adultos teletrabajando.
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