COBERTURA
INFORMATIVA SOBRE PANDEMIAS (XII): MODELOS
DE CONVIVENCIA CON EL COVID-19 (1)
Carlos Piñeiro
Diaz, médico de familia. Magister en Salud Pública. Divulgador científico
Nunca hubiéramos
imaginado que la actual pandemia, de coronavirus COVID-19, sería retransmitida
a diario en todos los formatos informativos posibles, con mapeos actualizados
en todo el planeta por las universidades y plataformas informativas más
prestigiosas, respirando en el día a día la vida y la muerte de las personas,
confinadas en muchos países e incrementándose de forma desmesurada el consumo
de información.
Se supone que la
sociedad ha aprendido a convivir con el COVID-19, tras haber pasado un período
de confinamiento y haber adoptado diversas medidas como el uso de las
mascarillas, el distanciamiento físico y el lavado de manos, junto a medidas de
higiene de tipo social. Las normas de convivencia se han convertido en algo
asimilable, incluso habiéndose limitado los derechos básicos con el objetivo colectivo
social de controlar las consecuencias del coronavirus. Todas las personas han
contribuido a aplanar la curva epidemiológica del COVID-19 y a evitar el
colapso del sistema sanitario, adquiriendo nuevas experiencias ante un virus
desconocido. Un mundo cambiante ha transformado el binomio social de salud y
economía, intentando conjugar normas y beneficios económicos, a la búsqueda de
una nueva normalidad. Finalizado el estado de alarma, se pone en evidencia la
flaqueza normativa y la escasa formación de los políticos responsables para
adoptar medidas y proponer nuevos modelos de convivencia con el COVID-19. Se
empieza a hablar, por parte de los expertos en epidemiología, de la necesidad
de disponer de un manual sobre cómo tener una vida en una pandemia que permita
una convivencia de bajo riesgo. Los propios medios de comunicación, en la
situación actual de rebrotes van a la búsqueda de las personas y colectivos
que, supuestamente, vulneran las normas para la convivencia con el coronavirus.
La vergüenza pandémica se está convirtiendo en deporte nacional ante los
múltiples rebrotes y bajo la ira de una posible segunda oleada de coronavirus
que puede poner en peligro a la sociedad. En las redes sociales y los medios de
comunicación se ejemplarizan las actitudes colectivas vergonzantes que pueden
suponer causa de rebrotes y camino de la temida oleada. A su vez, se esgrimen
las consecuencias de la situación de descontrol con datos de afectados por día
y muertes acumuladas de la pandemia. Más de 14 millones de casos de coronavirus
confirmados y superando las 600.000 muertes, supone el balance actual del
impacto del COVID-19. Según The Lancet, el mundo se enfrenta a una pandemia
multipolar cada vez más grave. "5 meses después de que la OMS declarara el
brote de coronavirus como una emergencia de salud global, el virus continúa
batiendo un camino preocupante y complejo". Más de 160.000 casos son
reportados cada día, en el planeta, desde el 25 de junio.
Incluso conocemos
con todo detalle los rebrotes surgidos en todos los países, puntos calientes
que muestran la presencia constante del coronavirus, estrategias de
identificación y búsqueda de casos activos, donde un corresponsal va sumando
dato a dato y recordando las medidas de restricción locales o generales. Las vacaciones
y los viajes pueden representar un riesgo y todo contribuye a mantener la
inseguridad de la población y la actitud de desconfianza ante el visitante o la
inestabilidad social futura. Pero, se ha aprendido de otras epidemias, que la
vergüenza no elimina el riesgo, sino que puede llevar a la clandestinidad en
los comportamientos humanos.
Las campañas de salud
pública que promueven comportamientos de bajo riesgo son más eficaces que las
que defienden la eliminación total del riesgo.
El uso de la mascarilla,
como afirmación médica y científica, se ha convertido en motivo de división
política y jurídica, va más allá del problema científico y de salud. Una
pequeña restricción de nuestras libertades, una herramienta de protección
combinada con otras medidas de protección como la distancia social y el lavado
de manos puede ralentizar la circulación del virus y evitar medidas más
drásticas ya vividas durante el confinamiento. La situación de rebote
epidémico, con múltiples brotes localizados, pondrán a prueba la capacidad de
la respuesta local y en las Comunidades Autónomas. Las reaperturas derivadas de
la necesidad económica van relacionadas con el temor científico al regreso del
coronavirus.
El colectivo de
personas con enfermedades cardiovasculares es el más afectado y necesita
clarificar su modelo de convivencia con el coronavirus. El virus SARS-CoV-2
puede afectar al miocardio y provocar miocarditis. Un 20% de pacientes
hospitalizados tenían daño cardíaco definido clínicamente y afectó
fundamentalmente a personas mayores, con una mortalidad elevada. La combinación
de historia cardiovascular y alteraciones analíticas de lesión cardiaca define
la mayor mortalidad. Es conocida la relación entre las infecciones víricas y
las enfermedades coronarias agudas, arritmias o la aparición o empeoramiento de
episodios de insuficiencia cardiaca. El COVID-19 es una nueva causa de
problemas cardiovasculares.
Según publica la
revista JAMA y la Sociedad Española de Cardiología, la evidencia disponible
indica que la edad mayor de 60 años, el sexo masculino y la presencia de
comorbilidades son los principales factores asociados a la gravedad del cuadro
por COVID-19 y a la mortalidad. La presencia de daño cardiaco, definido por
elevación de los niveles de troponina, miocarditis y distrés respiratorio, son
otros factores independientes asociados de forma importante con la mortalidad.
El uso de la
mascarilla, el distanciamiento social, el lavado de manos frecuente y medidas
de higiene en domicilio, en los enfermos cardiovasculares, evitando eventos
festivos, espacios cerrados y comidas familiares, formarán parte del modelo de
convivencia hasta la aparición de una vacuna eficaz.
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